jueves, 1 de marzo de 2012

Hear the wolf cry...

Nunca me había parado a apreciar de verdad los aullidos de los lobos, nunca me había dado cuenta de lo bonito que suenan. Dan paz. Son como gritos de pena hacia una luna demasiado lejana, como promesas de amor demasiado complejas, y a la vez tan fáciles, que nuestra mente racional no es capaz de apreciar, incapaces de oír más allá del ruido, oyendo en ellos al simple animal fantasma, hijo del bosque, que se pasea por él sin dejarse ver por aquéllos que ignoran su lamento, el lamento de amar algo que ni siquiera está a su alcance, de amar de una forma incondicional, de dedicar cada noche a admirar su belleza incomparable. Aullar al viento en un desesperado intento de que se les oiga más allá del vacío del universo que les separa, con la única meta de que, por una noche, su grito sea escuchado y su canto respondido...


Y cada noche aullará, persistente, sabiendo que probablemente Ella nunca responderá a su lamento.

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