miércoles, 25 de enero de 2017

Una mente que conoce el sufrimiento


"Una mente que conoce el sufrimiento es muchísimo más valiosa"


Sus palabras habrían cortado el aire, derretido las llamas de una hoguera a media noche, o cambiado la luz del propio sol, de haberlas pronunciado en voz alta.

¿Y acaso no era cierto?
¿Acaso no son nuestras heridas, esas que sangran, supuran, se curan y cicatrizan -que, a veces, incluso se vuelven a abrir si no las tratamos con cuidado- las que nos hacen ver la vida con otra perspectiva; al igual que miramos la habitación que hay detrás de nosotros, al otro lado del espejo?
Y de repente parece otra habitación totalmente diferente, aunque sólo esté invertida. Curioso el concepto de perspectiva, teniendo en cuenta que esta sólo cambia al dejar de mirarnos a nosotros mismos -o tal vez cuando ya nos tenemos vistos de más- y empezar a mirar más allá.

Y es que aquellos que han conocido el dolor, como quien ha conocido la importancia de un té caliente cuando llegas a casa de alguien en invierno, saben ver cosas que otros no ven.
Ven el Vacío. La Soledad. La Ira, la Tristeza y la Bondad. Y todos tienen cara. Todos tienen un rostro, un olor, un color, una particular mirada.

¿Y cómo no reconocerlos? ¿Y cómo no notar cómo te rodean y te envuelven en ellos, abandonándote a su esencia en ese aterrador conformismo emocional del que huimos pero que abrazamos cuando más lo queremos y menos necesitamos? Porque no está en nuestra mano luchar contra ellos. Porque nosotros, como humanos, no podemos luchar contra ellos.
Sin embargo, nosotros
Como humanos.
Podemos reconocerlos.
Saludarlos con una sonrisa
e invitarlos a tomar el té.
Porque es invierno.
Y porque hace frío fuera.