jueves, 12 de abril de 2012

... And never come back

Porque había sido demasiado doloroso para ella, pensó. Porque Ronna le había entregado toda su vida, mientras que para él su relación había pasado en un suspiro.
Y no era justo. No habían puesto en juego las mismas cosas. Ronna le había dedicado toda su juventud y él ni siquiera había podido darle la familia que ella tanto deseaba.
Pero aún estás a tiempo, Ronna , pensó.
Se levantó y se alejó hacia lo más profundo del bosque. Nadie le prestó atención porque todos tenían algo que hacer. Mejor, se dijo Fenris. Eso lo hará más fácil.
Cuando ya se había internado en la espesura, oyó una voz a su espalda.
-Te marchas, ¿verdad?
Se volvió. Era Rua.
-¿Cómo lo has sabido?
-Porque sé que quieres a mi hija. Y la abandonas para darle una oportunidad de ser feliz. ¿Crees que es lo correcto?
-No es lo que quiero -confesó Fenris-, pero sé que es lo que debo hacer.
La anciana asintió gravemente
-Cuenta la leyenda -dijo entonces- que, en tiempos de necesidad, Fenris vino y nos salvó de los lobos. Y después se fue sin despedirse, pero nos entregó su bendición y nos hermanó con los animales que antes habían sido nuestros enemigos. ¿Recuerdas la historia, muchacho?
-Eso pasó hace mucho tiempo.
-Pero la historia vuelve a repetirse. Dentro de un par de generaciones, la Tribu del Lobo recordará tu nombre y te convertirás en una leyenda.
Fenris inclinó la cabeza y sonrió a su pesar, pero no dijo nada. Entonces Rua le tendió algo.
-Toma. Era de ese hombre. No sé qué es, pero quizá signifique algo para ti.
Fenris lo cogió, era un pergamino.
-Tal vez. Muchas gracias, Rua.
-Buen viaje, Fenris. Y que los lobos aúllen por ti las noches de luna llena...
La anciana desapareció en la oscuridad del bosque
(...)
Entonces, sentado junto a la hoguera, desenrolló el pergamino y le echó un vistazo. Era el contrato del cazador. El documento estaba viejo y ajado, pero el escudo de la Casa del Río seguía allí, y también se leía claramente la descripción del licántropo que había que matar, un joven elfo de ojos ambarinos y cabello de color cobre, cuyo nombre era An-Kris de los Robles o Ankris del Paso del Sur. (...) Sonriendo, acercó el documento al fuego y dejó que se lo llevaran las llamas. Y, mientras aquel último vinculo con su pasado desaparecía entre el fuego, alzó la cabeza, miró a las estrellas y aulló...

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