jueves, 7 de junio de 2012

Y apareció




    Era de día, a una hora a la que probablemente deberían estar en clase. Aiden y Maël, cerveza en mano; como siempre. Andy, Sam y Lewis seguían a lo suyo, intentando hacer todos esos saltos que les quedaban tan lejos. Ollie fallido, como siempre.
    -¡Sam, déjalo ya! ¡Llevas semanas con la misma mierda!
    -¡Que te jodan! - gritó desde el otro lado de la pista, levantándose del suelo mientras se sacudía los pantalones y cogía el skate. Mäel iba a responder cuando Aiden le interrumpió, con voz calmada, hablando por lo bajo sin siquiera alzar la vista perdida de donde la tenía puesta.
    -Déjalo, Mäel. Nadie nace sabiendo.
    Mäel chasqueó la lengua y le pegó un trago a la cerveza.
    -¡Eh, Sam!
    -¿Qué coño quieres ahora?
    -Podrías intentar equilibrarte mejor, levantas demasiado el pie izquierdo y apenas apoyas el derecho. Mide la fuerza que le pones a uno, y que el otro acompañe al skate de cerca.
    Andy y Lewis se quedaron mirando a Mäel, que volvió a pegarle un trago a la cerveza. Nunca hacía intervenciones mayores a  una frase, y menos por propia voluntad.
    -¿Qué? Yo también sé hablar, panda de negados. ¡Practicad ya, me dais verguënza!
    Aiden sonrió un poco, de forma casi imperceptible, con la mirada aún perdida en algún punto del asfalto. Era la misma monotonía. Siempre igual. Las mismas caídas, las mismas críticas aparentemente destructivas de Mäel, las mismas bebidas, las mismas risas. Lo mismo. No dejaba de ser más de lo mismo. Salvo la intervención estrella de Mäel, Aiden podría haber deducido cualquier reacción de éste. En el fondo se sorprendió, aunque no dijese nada. Quién sabe, tal vez las cosas estuviesen cambiando. Era una posibilidad a contemplar. No hacía tanto había leído que, a veces, un suceso que rompe cierta monotonía puede ser el indicio de un gran cambio, de un hilo de sucesos.
    Sacudió la cabeza y alzó la vista del punto indefinido del asfalto gris. Sacó la cajetilla de tabaco, se puso un cigarro entre los labios y lo encendió con el mechero. Cuando su dedo se acercó a la piedra y la hizo girar, comenzó a oírlo. ¿Tacones? Sí, parecían unos tacones.
    Alzó la vista un segundo por encima de la mano que rodeaba la llama del mechero.
    Pelo al aire, ondulado, de un marrón indefinible. Ojos oscuros. Llevaba gafas de sol, pero eran oscuros; de alguna manera, él lo sabía. Ella reía mientras hablaba por teléfono. Aiden sonrió. Jamás había escuchado una risa tan bonita.


    Un instante después, el mechero estaba en el suelo.


    Sin duda, eran unos tacones

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