viernes, 18 de mayo de 2012

12.01.12

    Se podría decir que era feliz cada vez que caminaba por el bosque, cada vez que sentía el vaho salir con fuerza por la respiración agitada, cada vez que se dejaba acariciar por la bruma de la noche; cuando ésta le tragaba con su áspera y dulce negrura... Era feliz estando solo, sintiendo la nieve hundirse debajo de cada pisada, oliendo cada frangancia que llevase el aire... Era feliz cuando se sentaba encima de una roca más alta que las demás y contemplaba las copas verdes -o blancas- de los árboles, o incluso cuando se tumbaba al raso mirando a ninguna parte. Era, en general, feliz.
    Sin embargo, había algo que le hacía sentir que era mucho más que fliz, algo que le hacía sentir... especial, único. Por eso, cada noche se acercaba a aquella roca desde la que se contemplaba todo árbol, por eso se sentaba allí al atardecer, esperando a que Ella saliese. Y, cada vez que la veía, le daba un regalo. Cada día más bonito que el anterior, aunque Ella no los quisiese, aunque Ella se limitase a vivir su vida, a seguir la rutina de cada noche.
    -Te quiero
    Le decía una y otra vez
    -Te deseo
    Le repetía
    -Quiero que seas mía
    Le rogaba
    Ella lo observaba mientras le decía todo aquello noche tras nohe. Nunca le contestó, pero él sabía que le estaba escuchando, él leía la duda en sus ojos, veía más allá de su simple figura, veíalo que nadie imaginaba; veía su cara oculta... y la quería
    Por eso nunca se rindió. Por eso, cada noche se acercaba a aquella roca desde la que se contemplaba todo árbol; por eso se sentaba allí al atardecer, esperando a que Ella saliese para así sorprenderla con uno de sus regalos... Con uno de sus aullidos.


[Esos que, aunque ella no lo dijese, la volvían loca...]

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