lunes, 24 de diciembre de 2012

352


Salí del coche, y la gélida niebla de diciembre caló hasta el último de mis huesos. Entré al edificio, sintiendo cómo el calor iba rodeándome poco a poco, y cómo los olores característicos de aquel lugar inundaba mis sentidos. Esa luz blanca, ese silencio, esos susurros entre cafés de máquina, esa tranquilidad tan artificial...
346, 347, 349, 350, 351...
Ahí estaba.
Pasé por la puerta a la monocromática habitación. Estaba tendido en la camilla, de espaldas a la puerta, mientras mi abuela limpiaba la sangre que los tubos le habían hecho en la nariz. Según iba entrando a la habitación, fui observándole poco a poco. Estaba en posición fetal sobre su lado izquierdo, con el delgado brazo de ese mismo lado rodeándose a sí mismo, con la mano a la altura de la clavícula. Tenía los dedos deformados, doblados en ángulos antinaturales, como si el simple hecho de tener dedos fuese doloroso. La mano derecha no estaba mejor, doblada inconscientemente en forma de gancho y semicerrada. Me fijé en sus brazos. Eran delgados, delgadísimos, y ocupaban escasos milímetros más que el propio hueso, salpicados de manchas de color morado, rosa y azul. Su piel, finísima, hacía pliegues similares a las sábanas de verano. La cara era la única parte de su cuerpo que parecía no haber cambiado mucho, salvo por la mirada hundida y cansada que tenía.
Por un segundo, un recuerdo me vino a la mente, un momento de hace puede que demasiados años. Él me solía preguntar, cuando era pequeña "¿Qué equipo es mejor, chica, el Barça o el Madrid?"
-El Barça
El sonreía y apretaba sus labios rodeados de esa barba de varios días, antes de decir:
-Tú sí que eres la mejor.
No pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Había sido completamente ajena a la conversación que se estaba teniendo en la habitación, totalmente absorta en él, que se iba quedando dormido poco a poco en aquella postura. La hora de irme llegó antes de lo que pensaba.
-Mañana venimos a verte, ¿vale? - Me acerqué a la camilla y le di en beso, despacio. - Tú sí que eres el mejor, abuelo...
Él abrió los ojos mucho, me buscó con la mirada y sonrió desde detrás de la mascarilla al encontrarme frente a él, sujetando su mano...

A veces desearía tener una caja donde los recuerdos se conservasen intactos...


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