miércoles, 25 de marzo de 2015

Diario de Escape

    Apareció. Como cuando aparece sin buscarlo aquello que no encontrábamos y llevaba tiempo perdido.

    -Tengo algo que proponerte.
    -Sorpréndeme.

    Extendió la mano hacia Alice con algo en ella. Y lo dejó delicadamente sobre sus manos.

    -¿Qué es esto?
    -Un diario. Una identidad. No lo abras aún, todavía no sabes lo que puedes hacer con él, ni para qué sirve.
     -¿No me lo vas a decir?
     -Bueno, supongo que Deus y yo también tendremos en cuenta lo que prefieras... O necesites. -Había soltado aquello incluso con un rintintín especial. Como si aquel paquete pudiese ser mi salvación, o mi perdición, y dependiese de mí -.
   
    Alice guardó silencio durante un momento, y asintió.

    -Tendrás noticias mías más adelante siendo más concreto, Cazadora.

    Oír ese nombre de nuevo le recorrió la espina dorsal, e hizo que se le pusiesen los pelos de punta. Mark sonrió, se dio la vuelta y echó a andar, como si la conversación ni siquiera hubiese tenido lugar.

    Cuando se hubo alejado, Alice abrió el paquete. Sólo un poco. Sólo por curiosidad. Sacó de él una pequeña libreta de garabatos.
    La libreta era de un cuero rojo muy oscuro, casi negro, casi sangriento, con remates violetas en los bordes.

    En la parte superior, rezaba la leyenda:

    Ninth. Diario de Escape.

    Alice sonrió. Y no esperó a que Mark le volviese a hablar. Abrió el cuaderno, al margen de para qué sirviese, y comenzó a... Escaparse.

   
    De fondo, se oyó su voz mientras se alejaba.

     -Buena suerte, Cazadora

     Apareció. Como cuando aparece sin buscarlo aquello que no encontrábamos y llevaba tiempo perdido.
    Como cuando pierdes tu reflejo por haber atravesado un espejo, y alguien te recuerda que eres más que una proyección sobre un cristal.


    Y así, la Cazadora ha vuelto.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Engranajes reforzados de pasiones heladas



A veces
puedo ver los engranajes
que mueven mis dedos,
que les hacen escribirte.

Hay quien los llama musas
-pobres ilusos,
musa sólo es la que hace
que tus palabras
griten pasiones heladas
que hagan arder
corazones silenciosos-,
hay quien le llama evolución.

Yo veo engranajes.

Engranajes reforzados
de capas de hielo
y muros de piedra
maciza,
curtidos
tras varias caídas
que creí que habían sido desde el cielo.

Y escribir me hace sentir
a veces,
sólo a veces,
que esos engranajes giran por ti.

Pero si no estás,
dime,
¿Quién me sube de este infierno?



lunes, 10 de noviembre de 2014

Y dijo tantas cosas, que transformó el otoño en invierno.


Bofetones de realidad y mantas calentitas.

"Si la vierais, 
si la conocierais,
entenderíais de qué hablo.

Cómo decirlo:
imagina la vida como si fuera un pilla-pilla
contra los rivales del otro equipo del colegio.
Pues ella es casa"
  
         (Elvira Sastre) 


Pues porque
a pesar de todo
-y nada-
me siento genial a su lado.
Sus ojos
me gritan sonrisas,
sus labios
las multiplican.

Y sabes que no puedes
que no sabes
estar.
No sin ella.

Ese tipo de amistades que no puedes
no debes
mandar a la mierda
de un simple
aplauso
de realidad
en la cara.

Al fin y al cabo,
estar con ella es como la tranquilidad
de envolverte en una manta
con un café,
un buen libro
y mil sueños no del todo imposibles.
Pero a salvo.
-Todos sabemos la seguridad que ofrece una manta-.

Ella es esa manta.
"Ella es casa"



[... Missed her]

martes, 14 de octubre de 2014

A una cuerda de distancia



Y fingir que no somos nada
cuando podríamos serlo
todo.

Y decir lo que duele,
sabiendo que hará daño.
Y escuchar lo que hace daño
sin saber si debería
doler.

Y después,
vuelta a empezar.

Que tiramos de la cuerda
pensando que alguna de las dos cederá.
-Yo al menos espero que cedas.
Cada
maldito
día.-

Y nos hacemos sangrar las manos
por no aflojar una soga demasiado tensa.
Y esas heridas...
Esas heridas que nos hacemos,
cada mañana,
entre mis sábanas y a base de besos,
te las curaría.





Y aquí me encuentro. A una cuerda de distancia de tus besos.
Invisible para ti, insoldable para mis dedos.



jueves, 11 de septiembre de 2014

Y nos hicimos orilla

Bañarnos en el Atlántico
de noche
desnudas
con tus piernas rodeando mi cintura.
Y no saber si me embisten más las olas
o tu cadera.

Ahora seremos las dos
orillas de ese océano.
Las que no se ven.
Las que no se rozan.
Las que sólo se saben en el momento en que
saben que todo tiene final.
Desde ese océano
que nos separa
-que me asesina-,
hasta un polvo
de despedida.

Y tiraré mil botellas
llenas de poemas,
y de esa prosa de absurda y dulce locura.
Y el fin del mundo me acogerá
mientras ambos esperamos
tu respuesta.

Y las puestas de sol
quedarán deshechas en tu ausencia mía.

Y me haré musgo, para esperar
fundida
con el único fin que me gusta.

Y me haré mar, esperando embestir tu cuerpo
en el lado de oceano
al que mi vista no logra llegar.

Y me haré tuya,
tuya en mi sinestar.