domingo, 19 de febrero de 2012
SkyeLand
-Entonces deberías pensar en ejercer tu don para ayudar a tú también al chico
-Lo haría si tuviese una maldita idea de cómo hacerlo.
-Aphrodite, quizás deberías... - empezó Darius, tomando a Aphrodite del brazo alejándola de Sgiach, obviamente preocupado porque Aphrodite se hubiese pasado de la raya con la reina.
-No, guerrero. No hace falta que la apartes. Una cosa que aprenderás al estar unido a una mujer es que a menudo sus palabras la van a meter en problemas de los que no la vas a poder sacar. Pero son sus propias palabras y, por tanto, tienen sus propias consecuencias - dijo Sgiach mirando por fin a Aphrodite -. Usa parte de esa fuerza que hace que tus palabras sean como dagas y busca tus propias respuestas. Una profetisa de verdad recibe muy poca guía en este mundo, aparte de su don; pero la fuerza, suavizada por la sabiduría y la paciencia, debe enseñarte cómo usarlo correctamente.
La reina levantó una mano e hizo un gesto elegante hacia una de los vampiros entre las sombras.
-Muestra a la profetisa y a su guardián su habitación. Dales privacidad y algo de comer.
Sin más palabras, Sgiach volvió a su trono, con su mirada fija únicamente en su propio guardián. Aphrodite apretó los labios con fuerza y siguió al pelirrojo cuyos tatuajes eran una serie de enrevesadas espirales que parecían estar hechas de minúsculos puntos de color zafiro.
-¿Te asegurarás de que alguien venga a buscarme si Stark sufre algún cambio?
-Aye - respondió el guerrero
Aphrodite se volvió hacia Darius.
-¿Tú crees que mi boca me mete en líos?
-Por supuesto que sí
-Vale, mira, no estoy bromeando.
-Ni yo.
-¿Por qué? ¿Porque digo lo que pienso?
-No, belleza, porque usas tus palabras como si fuesen dagas, y una daga desenfundada a menudo causa problemas.
Ella resopló y se sentó en la enorme cama
-Si sueno como si mi lengua fuese una daga, ¿entonces por qué te gusto?
Darius se sentó a su lado la cogió de la mano.
-¿Te has olvidado de que la daga es mi arma arrojadiza favorita?
Aphrodite lo miró a los ojos, sintiéndose vulnerable de repente, a pesar de su tono dulce.
-En serio. Soy una cabrona. No debería gustarte. No creo que le guste a la mayoría de la gente.
-Les gustas a la gente que te conoce. Les gusta tu yo verdadero. Y lo que yo siento por sobrepasa el concepto de gustar. Te amo, Aphrodite. Amo tu fuerza, tu sentido del humor, la profunda preocupación que muestrasd por tus amigos. Y amo lo que se rompió en tu interior y que está empezando a curarse.
Aphrodite siguió mirándolo a los ojos, aunque parpadeaba para contener las lágrimsa.
-Todo eso me hace ser una terrible cabrona.
-Todo eso te hace ser lo que eres - dijo, levantándole la mano hasta sus labios y besándola suavemente.
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