Y fingir que no somos nada
cuando podríamos serlo
todo.
Y decir lo que duele,
sabiendo que hará daño.
Y escuchar lo que hace daño
sin saber si debería
doler.
Y después,
vuelta a empezar.
Que tiramos de la cuerda
pensando que alguna de las dos cederá.
-Yo al menos espero que cedas.
Cada
maldito
día.-
Y nos hacemos sangrar las manos
por no aflojar una soga demasiado tensa.
Y esas heridas...
Esas heridas que nos hacemos,
cada mañana,
entre mis sábanas y a base de besos,
te las curaría.
Y aquí me encuentro. A una cuerda de distancia de tus besos.
Invisible para ti, insoldable para mis dedos.
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